viernes, 28 de marzo de 2014

PROGRAMA 9 - Asi arrancamos 2014!



Programa grabado el 27-03-2014, en El Aprendiz Radio CFP24



En estos dias nos esta visitando Gabriela una amiga y educadora popular de Brasil.
Escribio un hermoso texto sobre nuestra escuela que les compartimos con la traducción de Pancho un docente del CFP.  Esperamos lo puedan leer y disfrutar tanto como nosotros!!!!




La escuela
(Escrito de Gabriela Amorim, educadora popular brasilera)

Una escuela es un eterno hacerse y deshacerse.

Cuando entré, finalmente en la escuela, me llamó en seguida la atención el vitral. Redondo, colorido, iluminado por un sol vespertino lento y vibrante, tenía todos los colores, texturas, diversas y distintas formas encajándose y, en el rincón derecho inferior, dos manos juntas, no entrelazadas sino como si guardasen alguna cosa con mucho cuidado y amorosidad (nota del traductor:  No hay equivalente de este término en castellano)

Muchas manos lo hicieron, me contó una ex alumna encantada, guiadas por las manos y ojos de un lindo duendecito, de esos que hacen muchas magias sólo por el hecho de existir.

Me encantó el vitral porque me pareció una exacta descripción de la escuela. Muchos colores y formas distintas construyendo la forma perfecta de un círculo. Muchas personas, venidas de muchos lugares y con muchos saberes diferentes, todos encajados, funcionando armoniosamente. No hay sobreexposiciones, los colores y formas se organizan en su comunión y sólo juntas serían posibles porque fuera de aquel círculo, se tornan sólo pedazos coloridos de vidrio.

Cada uno de los maestros, y también de los estudiantes, que llega hasta aquel lindo edificio en el barrio de Flores, en Buenos Aires, son un pedazo colorido de vida. Tienen una historia propia, un camino muy personal, algo que enseñar y mucho que aprender. Pero nada de eso  tiene mucho sentido en la individualidad, sólo juntos es posible crear el proceso de enseñanza-aprendizaje.

“Nadie educa a nadie, nadie se educa a sí mismo, los hombres se educan entre sí, mediatizados por el mundo.” La educación es un proceso que nunca termina. Y siempre se da en conjunto. Una escuela es un eterno hacerse y deshacerse para aquellos que aman a la educación.

Las manos en el vitral no construyen nada, no parecen manos obreras, sin embargo son manos que cuidan, que guardan una preciosidad. Son manos que cuidan los oficios no como medio de sobrevivencia, un subempleo. Manos que, en tanto línea directa de continuación del golpear del corazón, cuidan los oficios como cosas muy sagradas, enseñanzas de saberes ancestrales. Claro, todos se fueron transmutando con el tiempo, adquiriendo otras técnicas, otras formas de hacer, pero los restos de esa sabiduría continúan guardados en las manos. Con amorosidad, cuidado y guardado, para que sea transmitido, pasado hacia adelante.

Es preciso descubrir el amor de las cosas y hacerlas brotar, emerger. Los oficios, entonces, se hacen menos con las manos que con el corazón. Son arte, pues.

Extraer de la madera no un mueble utilitario, sino su esencia, lo que está guardado dentro de sí, esperando a quien la vea y haga brotar de ella la belleza. Tornear el barro no con las manos, sin embargo oírlo en su silencio, contar qué forma podrá adquirir y construirse. También en la serigrafía, en la construcción, en los idiomas, en todo hay arte.

Una cosa así, tan bella y sagrada, una sabiduría tan ancestral y fuerte no puede, por lo tanto, ser transmitida a través de los métodos más tradicionales y violentos de educación. Al cambiar la mirada con que se miran los oficios, es preciso cambiar también la mirada con que se ve la educación. (O tal vez el proceso sea el inverso, no es importante discutirlo ahora). Lo importante es mirar. Mirar a los oficios como espacios de guarda de la sabiduría y al proceso de enseñanza de estos como espacios de amorosa transmisión del saber.

El saber no cabe en los libros, los traspasa. No puede ser enseñado con odio sino con amor. Así, al destruir una estructura extremadamente violenta en la que el profesor aparece como único detentor del conocimiento y los alumnos como depositarios de este, se abre un espacio para muchas otras cosas. Porque aquí, en esta escuela, en la calle Morón 2538, no están tratando de conocimiento sino de sabiduría, dense cuenta. La sabiduría no pertenece a nadie, está presente en las vivencias de cada uno y cada una, la sabiduría se construye viviendo. Y se comparte en una rueda de mate tanto como en una aula. Si es así, no caben más aquí los rótulos de alumno, ser sin luz a ser iluminado por el profesor, el iluminador por excelencia.

Destruida esa estructura, ¿que se coloca en su lugar? ¿Cómo llenar espacios tan pre definidos, seguidos tan ciegamente hace siglos? Autonomía. Un mirar diferente para los oficios, que los traiga para el campo de sabiduría del hacer humano, del construir una vida con sus propias manos y a partir de su propio saber, crea un territorio de autonomía. Deja de tener sentido la palabra “alumno”, porque se reconoce que las personas tienen su propia luz y que pueden hacer mucho a partir de eso. Al crear espacios colectivos de enseñanza-aprendizaje se posibilita la experiencia vital de la idea del colectivo: en conjunto es más fácil. Y van naciendo los colectivos: grupos de serigrafía, de permacultura, una eco-aldea, un intercambio entre dos, diez países… Brotan del suelo fértil las semillas amorosamente allí depositadas.

La escuela tiene un vitral que filtra la luz y muestra un círculo y cuenta una historia. La escuela tiene muchas ventanas abiertas al tiempo, para dejar entrar la luz, para no olvidar la calle allá afuera, la vida que se desenvuelve en las calles. La escuela tiene luz. Y, principalmente, la escuela tiene personas, muchas personas, cada una con su propia sabiduría para compartirla, todas al mismo nivel, mirándose a los ojos. O sea, mejor dicho, la escuela son las personas.

Aquí cabe una posdata: claro, tuve el honor y la suerte en esta vida de conocer muchos proyectos e iniciativas en Brasil que miran la educación desde este prisma de amorosidad. Lo que tanto me gustó del CFP 24, que todavía no había visto en ninguna otra escuela que conocí, es esa otra mirada sobre los oficios. En Brasil, y así lo aprendí a lo largo de toda mi vida, los oficios son encarados de una forma poco honrosa, como puerta de entrada para subempleos. Conocer al Centro de Formación Profesional Nº 24 me hizo cambiar mi propia forma de mirarlos, me hizo tener más respeto por todas las formas de los oficios.

Gabriela Amorim