Programa emitido el 12-12-2013, por El Aprendiz Radio CFP24
Territorio
escuela
La repetición
ha preocupado desde siempre a los pedagogos, maestros y pensadores de la
educación. Fenómeno que tomado a la
ligera, pasa por análisis improductivos sin ser problematizado lo suficiente. Esa
“ligereza” intuimos no es inocencia sino operatoria. Eficacia de un aparato que
intenta reproducir un orden sobre la multiplicidad de la vida que roza. Tanto
más eficaz cuanto más liviano anda
por nuestros intercambios verbales y nuestros campos perceptivos.
Así es que se
sigue redundando en las escuelas cual muletilla miles de dichos y frases que, sordas
a escuchar lo que realmente dicen ni a cuestionar sus sentidos, muy por el
contrario los refuerzan, y de esta manera reproducen clichés y automatismos que
contribuyen a perpetuar un estado de cosas.
No se trata de dominación o por lo menos no de la manera “clásica”, sino
de perpetuación por obviedad.
“Repetir”,
para el dispositivo escolar clásico es el peor de los estigmas pero, qué pasa
cuando, como en estos días en nuestro CFP, la repetición lejos de ser un bochorno
es un clamor?.
Qué es
repetir, nos preguntamos en una escuela de oficios, donde los concurrentes son
personas adultas que supuestamente vienen a buscar un hipotético saber que los
habilite a realizar alguna actividad rentable a futuro?.
Si la eficacia
de la escuela estuvo (si, en tiempo pasado) en habilitar un futuro (laboral),
el dispositivo se desmorona si el habitante del mismo no lo ocupa de la manera
esperada. Tal parece ser el caso cuando en vez de solicitar el Título
habilitante se reclama permanencia.
En el
transcurso de la cursada empiezan a abrirse campos de vivencias que piden ser
repetidos. Se repite como todo cierre de ciclo y cada vez con mayor
insistencia, el pedido de repetición.
Qué se quiere
repetir en esa repetición?.
Como dijimos, si
la eficacia del dispositivo escolar, que es prometer un futuro en la sociedad
(que fue en su momento la sociedad del trabajo), parece que la escuela entonces
en estos tiempos se desvaneciera no
tanto (o solamente) por ineficacia práctica sino por aparición de algo
innombrable, anónimo que se hace presente en el presente sin futuro que ahora
es la escuela, transmutándolo todo casi imperceptible pero muy radicalmente.
Resulta que en
el armado de vínculos, las vivencias conmueven, las posibilidades y ganas de
volver a experimentar se renuevan y van abonando un deseo que crece, el de
quedarse, el de continuar. Ya sin imágenes de futuro certeras, el presente se
ensancha, hasta su formulación final en el pedido de repetición. Repetición que
se afirma en un presente en estado de no futuro, pero que paradójicamente algo
habilita.
Pero qué presente es este presente que se pide repetir?.
Si la escuela
pedía el presente (en estado de rendición de sus sujetos) para amasar un futuro
promisorio, qué presente se amasa en tiempo presente?.
Repetición
como estigma de lo escolar, que se transforma en un volver a hacer algo, una
demanda hacia adentro y hacia afuera, y en preguntas que quedan flotando: cómo
me/nos quedo/amos? En qué queremos quedarnos?.
En verdad,
repetir es imposible, hay algo de la diferencia que se presenta, entra una
movilidad y hace experiencia. Se repite la repetición o se repite el
diferir?. No se pide más de lo mismo,
sino un contacto con algo que nos modificó, se pide entonces la mutación que es
la condición terapéutica saludable de la experiencia.
Se solicita lo
moviente. La vida para seguir siendo
vida necesita mutar, variar, dejar de ser como identidad fija para seguir
siendo. Repetitividad de lo irrepetible. Clamor de la vida por lo abierto.
Preocupa la
repetición cuando es a-problemática, cuando identidades sueltas y cerradas
buscan el propio interés y se “cierran” transformando en demandas, a veces
incluso grupales, armándose como un paquete repitente, clausurándole la posibilidad
de que otros hagan experiencia y clausurándoselas al propio grupo solicitador.
Versión grupal
de una apropiación individual? Experiencias
que se vuelven voracidad de consumo?. No sabemos, pero tenemos que estar
atentos a intervenir en estos flujos casi inconscientes de formaciones
cristalizadas que transforman en demandas, procesos indescriptibles e
irrepetibles, que pueden contribuir a renovar un narcisismo escolar hoy muy en
baja, pero que sobre todo coartan la posibilidad de la experiencia misma (esa
que se reclama “repetir”).
La paradoja que
instala la demanda de repetición de una experiencia, no solo mata la
posibilidad de la experiencia sino que pone en peligro, la condición misma en
la que se asienta la experiencia que es el suelo común en la que se
ofrece. Lo que nombramos como
kioscos-runflas.
Esas células
que desprendidas de la condición común, que es el terreno donde germina la
experiencia,
transforman en demandas lo que encuentran, despolitizando esas
condiciones de posibilidad de apertura que hace que la misma tenga lugar.
Un territorio
común viabiliza intercambios inéditos que son los que en ciertas rutinas abren
la experiencia. Territorio común que se conquista por desorganización del
existente, pero que si se reclama como “propio” desfallece la experiencia en su
intento de reapropiación y reorganización.
La escuela dejó
ya de ser el lugar donde se construye el futuro, donde se abandona el presente
a manos de las ideas del futuro, para ser paradójicamente el sitio donde se amasa
un presente en tiempo presente.
Ese presente
no es el presente que se doblega a imágenes de futuro, pero (y por eso) puede
ser el que hace la experiencia de un tiempo espacializado, y conquistamos así un
disfrute que es la condición de una intuición que se ensancha, una comprensión
por reinvención, una duración que es la elaboración incesante de lo nuevo, pero
que cuando se lo quiere representar, se convierte en una demanda de espacio,
una tendencia a apropiarse de un territorio para dominarlo.
O acaso no es
eso lo que vemos continuamente en la actualidad en los territorios donde
conviven el transa con los consumidores, con las prostitutas, con la cana, con
“la campora”, con la iglesia, con el estado convertido en plan social, con el
movimiento social, con los vecinos, etc. etc.?. (El Instituto de
Investigaciones y Experimentación Política de La Cazona de Flores denomina a esto “Nueva conflictividad social”).
Fuera del
territorio soberano de la Ley, desfondado su suelo, que lógicas se arman? Tenemos
ojos para ver esos armados?. La escuela no está exenta por supuesto de estos tejidos
“promiscuos”.
La escuela fue
el espacio donde se ejerció la dominación de unos “sabedores” sobre otros
“ignorantes” por delegación estatal, esta operatoria de dominación sobre las
subjetividades se ha (por suerte) desvanecido por lo menos de manera
hegemónica, para abrirse al malestar
ambiente y/o a los intercambios inéditos.
Una escuela puede
intentar (en vano) rehuir a este tiempo e instalarse en la queja y la
repetición estéril, o hacerse en la operatoria de deshacerse, y ofrecer así un
campo de experimentación (común), con el potencial despliegue de capacidades y
con el riesgo también de convertir el territorio escuela en una proliferación
de kioscos desprendidos ya de esa común disposición, para ser terreno de
disputa de lógicas “mafiosas”. Cual “bandas” se instalan códigos y lógicas que
disputan el territorio escuela, o mejor dicho una escuela devenida ahora
“territorio”.
No es cuestión
de moralizar sino de percibir esas lógicas que nos conviven.
La condición
de época parece que nos marca como un horizonte casi infranqueable al que
tenemos que
intentar derribar (o por lo menos arribar) estos universos transas,
para que la politización devenga posibilidad de experimentación y no solo disputa
territorial ni retorica estatal impotente.
Se ha
instalado en estos tiempos una silenciosa “guerra de modos de vida” que es más
eficaz cuanto más naturalizada se nos presenta, y la escuela no está exenta por
supuesto a ello, y más bien como expresión de las dinámicas sociales, es un
sitio de privilegio para dar cuenta (problemáticamente) de estas lógicas y
entramados.
Nuestro ya
congénito individualismo es un límite también que no podemos eludir y que se
presenta como el principal campo de batalla de esa lógica común que se nos
desvanece.
Pensamos
entonces la repetición como algo que retorna
con cierta persistencia, con regularidad, y se nos presenta como
condición de la creación que es casi un antídoto de la repetición. Esta
creación se hace posible sobre la base de la constancia que posibilita el
encuentro. Encuentro que al contrario del sentido común, no es un encontrarse
con lo mismo sino con algo que nos permita de alguna manera, ser otros, tomando
contacto con nuestra potencia de actuar.
Podemos decir
que hay un peligro siempre latente cuando queremos representar una experiencia.
Nuestra inclinación a representarnos como elementos fijos cosas que son
mutables, que actúan en el tiempo, convierten esas representaciones en
espacios. Si una experiencia que se representa se hace espacio, entonces esos
espacios se hacen disputables, reclamables.
Esas permanencias
de la creación en el hacer con otros abren la posibilidad de la experiencia,
casi una mixtura alquímica en el caldero que es la escuela, ofreciéndose en sus
espacios que se van de esta manera vaciando para dar lugar a lo incalculable de
una genuina experiencia. Espacios de experimentación que requieren del intento
permanente de sostener la espera, alquimia, magia, misterio de lo no controlado
que aparece sin permiso y deja como una estela un destello con ganas de más. Esa
“algo más” no es más de lo mismo sino ese contacto con lo irrepetible.
Decíamos “amar
el tiempo de los intentos” porque es en esa insistencia que aparecen los desvíos
necesarios para que una verdadera experiencia consista, y entregar y entregarse
como la mejor pieza, esa que el maestro alfarero dona para ser destruida,
aguardando que el contacto se convierta no en repetición sino en fecundación.
Si la escuela
deja de ser el tiempo de forja de la obediencia, en qué deviene?. En eso
estamos…
Si dejó ya de
ser el campo de la opresión, la pregunta por los intercambios deviene
incesante, abierta, inconclusa, o se convierte en runfla.
Hay que
“perder” algo de tiempo para que aparezcan otras cosas dijimos en alguna “ventana”,
por fuera del reloj capitalista, ya que
el tiempo normal es el de la dominación, ese que nos marca el paso todo el
tiempo, y animarse a politizar este concepto regidor de vidas tomadas, sin que
se conviertan en mini conquistas de espacios que se van apropiando por sobre el
suelo vacío de la dominación disciplinar.
Múltiples
runflas conviven hoy en un espacio sin dominancia clara ni perpetua, donde
también encontramos mucho docente “runfla” en las escuelas intentando hacer “la
suya”.
El peligro es
pasar de la escuela disciplinar a la escuela runfla.
Nuestro mayor
peligro es la desproblematización.