emitido el jueves 14-11-13 por El Aprendiz , Radio online del CFP24
EL cfp 24 como interfaz de experimentación de “flujos
sociales del hacer”
“es muy difícil
transmitir un entusiasmo” J. L. Borges
El capitalismo en su larga y problemática historia ha
funcionado a base de sustracción.
Sustraer a las poblaciones de sus territorios, de sus
pertenencias, del fruto de su labor, de la capacidad productiva de su hacer, de
sus múltiples modos de vinculación, y de sus deseos que han terminado por
identificarse con el modo de vida dominante. Podríamos, para expresarlo en
pocas palabras, decir que funciona a base de des-ontologizar lo común y
traducir lo que encuentra a su lenguaje del valor.
Hemos llegado a la siguiente formula: “Ser es tener”.
En el imaginario hegemónico actual, es ésta la clave
en el que funciona la máquina de reproducción social. La “felicidad” se asocia
a un acceso a mercancías baratas y a un modo de vida y de consumo que se
percibe como lo mejor. En este sentido se trata de un modo “pasivo” de la
felicidad. Que “nos vaya bien”, es sinónimo de poder acceder a niveles de vida (y de
consumo) de ideales sólidamente instalados en nuestros más íntimos modos de
existencia.
Pensar las prácticas que se plantean como problema la
emancipación, es entrar en el corazón de nuestro sistema de expectativas, en
los modos en que la felicidad se nos ha instalado, en problematizar este mundo eminentemente capitalista, pero donde también puede haber un
campo de relaciones sustraídas a esa lógica por explorar.
Se trata de luchar de algún modo contra las expectativas, nuestras propias certezas construidas. El campo de batalla para la emancipación somos, principalmente hoy y más que nunca, nosotros, nunca tanto como ahora que el capital forma parte constitutiva de nuestra “propia” subjetividad y nos hace mover a sus ritmos…
Se
trata entonces, de buscar menos “resolver” nuestra situación (que no sería otra
cosa que intentar ajustar nuestro modo de vida al sistema de posibilidades que
se nos imponen, siempre en continuo desacople), que de replantear el modo en
que se nos presentan las cosas, ampliar estrategias, aliarse para multiplicar
comprensiones y posibilidades. Encontrarnos. No se trata de cambiar las cosas,
como sí de descubrir nuestro poder de imprimir nuevas realidades al mundo.
Liberar nuestro hacer del bloqueo que se nos impone, desconfiar de nosotros mismos, hacernos tiempo en este tiempo dominado por la lógica del capital. Mutar. Saber menos qué es lo que estamos esperando para estar disponibles a lo que realmente pasa, e intentar hacer desde allí una genuina experiencia.
¿Podemos encontrar allí un nuevo y más potente entusiasmo?.
Hegemonía del capitalismo industrial: del trabajo
concreto al trabajo abstracto
Los Centros de Formación profesional nacieron en el país,
en pleno auge del desarrollismo en la década del 50/60. El plan por ese
entonces era básicamente insertarnos en el concierto del capitalismo mundial a
base de desarrollar y mercantilizar las fuerzas sociales, en un contexto de
ventajas comparativas a nivel mundial, comandando “desde arriba”.
El capital organizó en esta etapa la cooperación social
“desde el interior”. Interior a la fábrica, pero también construyendo un “tiempo
interno” lineal, disciplinado, normalizado y productivo.
Estas escuelas de “educación y trabajo” se propusieron especialmente
convertir rápidamente las capacidades creativas de la gente en mercancías
equivalentes para ser explotadas por el capital, en un contexto de pleno empleo
y de auge del capitalismo monopólico.
“Educación y trabajo” entonces, se convirtieron en
consignas e instituciones de vital importancia, para el comando del capital
sobre una porción importante de la vida.
Nuestras
comunes capacidades de hacer, fueron así expropiadas al ser organizadas y convertidas
en mercancías, esto es, en bienes que se pueden mensurar e intercambiar en el
“mercado” (para explotarlo claro).
El capitalismo
extrae esa capacidad de producción del trabajo vivo, individualizándolo y
mercantilizándolo, o mejor dicho mercantilizándolo por individualización.
La producción
ya no es percibida como lo que es: producción social, fuerza común, flujo
social del hacer, sino como esfuerzo particular a través del trabajo
individualizado, que es la pre-condición para que éste sea hurtado de manera
privada a través del Capital en la forma de trabajo fabril y su contraprestación
salarial, siempre infravalorada.
Las teorías
del “capital humano” muy en boga por entonces, no fueron otra cosa más que dar
base y sustento teórico a esta creciente mercantilización de nuestras
existencias.
Ese proceso de
transformación y sustracción del trabajo concreto en mercancía (dinero) es lo
que se denomina “trabajo abstracto”, y la puerta de entrada de las
preocupaciones por la vida
(biopolítica).
El trabajo “vivo”
(nuestra común capacidad de hacer) muta en trabajo abstracto a través del intercambio
mercantil. Se prioriza el valor de
cambio sobre el valor de uso, hecho éste que hace que nuestras capacidades
creativas puedan ser manipularlas y vampirizadas en beneficio ajeno.
La experiencia
se desvanece. El canje mercantil provoca una imaginaria homogeneidad y
equivalencia que hace intercambiable nuestros productos y sobre todo, nuestras
capacidades creativas en esa entelequia llamada “mercado” (teatro de
operaciones de los sujetos aislados ya, y en “libre” competencia unos contra
otros).
Naturalizar la
compra-venta de nuestras capacidades humanas (y de lo producido socialmente),
fue y es un largo y perverso proceso de traducción a los valores y estilos de
vida que nos impone el Capital, y que forman hoy parte del sentido común, a
costa de la enajenación de la propia experiencia (que siempre es comunitaria).
Este tipo de
instituciones educativas, contribuyó a forjar de manera activa este tipo de
imaginario y sujetos, dando recursos técnicos, pero por sobre todo haciendo
“capturable” nuestras fuerzas creativas por las lógicas del mercado. De esta forma, el trabajo empieza a ser
valorado como el centro identificatorio de la subjetividad y de la moralidad
moderna.
Para que nuestras capacidades humanas puedan ser
sustraídas y explotadas, y que esto además sea visto como un valor social, para
que nos sintamos sujetos “libres” que decidimos la explotación, se necesita un
largo y penoso proceso de construcción subjetiva de la que este tipo de
Instituciones (y la educación en general) han contribuido de manera decidida.
Mientras este modelo de capitalismo industrial (que
expropió y organizó la cooperación social de manera interna) estuvo vigente,
estas escuelas de oficios cumplieron un papel primordial a la hora de dar
capacitación técnica, pero además como dijimos, de disciplinar a las fuerzas
laborales, pero por sobre todo, en convertirlas en fuerza laboral: trabajo.
Hegemonía del capital financiero: el trabajo abstracto
como problema de gestión individual
Esta etapa pronto se altera hacia otra forma quizás
más perversa y sutil de dominación. La industria, sede de la explotación
monopólica, (y de la revuelta) cede su paso lenta pero sostenidamente a otras
formas más desconcentradas de producción, aunque la acumulación se continúa intensificando.
Junto con la apropiación creciente de “trabajo muerto”
(maquinas, tecnologías y saberes socialmente construidos, y privatizados por el
capital), que provoca una mayor productividad, y el avance tecnológico, crece
la desocupación, y la desconcentración productiva. Fruto de esta acumulación creciente, aumenta
la especulación financiera que hace su “éxodo” del mundo industrial (de forma
hegemónica, se entiende) como manera de continuar aglutinando dividendos por
otros medios.
Desde la lógica del trabajo empiezan a aparecer los
contratistas, los trabajadores “autónomos”, y muchas profesiones liberales que
ya no concentran la producción sino que la diversifican.
Aparece lo que se llama el “esclavo autónomo” como
aquella fuerza laboral que se empieza a auto-explotar (no solo a su fuerza
personal sino que lo traslada al núcleo familiar, y a un tiempo extendido más
allá de lo que se conocía como “jornada laboral”).
La industria se desconcentra y la sociedad salarial,
con su pesado sistema de jerarquías y gastos sociales, y su alta
conflictividad, empieza a descomponerse hasta casi desfallecer.
Los
puestos laborales, en contra del sentido común, se descualifican, las tareas
son mucho más sencillas y requieren menos experticia técnica. Sin embargo el
mito de la capacitación como llave de la reversión de la desocupación sigue
vigente con mayor vigor aún.
Se
empieza a establecer una nueva y silenciosa mutación entre capital –
trabajo. En la etapa monopólica el
trabajo se concentraba y además el saber del que el trabajador era portador
tenía una incidencia importante dentro del circuito productivo, que lo tornaba
de difícil y costoso cambio, de ahí su alta conflictividad.
Con
la informatización y desconcentración productiva, la mano de obra se vuelve
fácilmente renovable dentro de la complejización del proceso de producción, por
lo que se necesita menos sapiencia técnica y más disponibilidad adaptativa a
las condiciones de la precariedad laboral y a contextos muy variables.
Este
complicado proceso de concentración de capital y desconcentración productiva
(la “fabrica difusa”), forja nuevas subjetividades que no se adaptan a las representaciones del
mundo laboral tradicional.
El
capital, por su parte, ya no necesita reprimir los anhelos de la gente durante
cierto tiempo de su día para que se someta a la organización de la producción y
a la generación del “plusvalor” que es el beneficio que sustrae, sino que
ahora, conduce (desde “afuera”) expectativas y modos de vida que hacen que la propia vida se encuadre dentro de la lógica de
la mercantilización y se movilicen en tal sentido.
El
hombre endeudado de hoy, es aquella subjetividad que se activa por las
expectativas y compromisos generados por los modos de vida dominantes y una
creciente fragilización de sus condiciones existenciales, que a su vez lo ponen
a merced de esa misma lógica y contribuye a reproducirla.
La
“movilización global” es el término que expresa esta mutación de época. Esta
movilización global es un novedoso sistema de individuación, sujeta cuando abandona,
y cuando abandona más sujeta.
Se
pasa de la explotación a la movilización (como modo dominante), y la vida pasa
a ocupar el lugar del mercado en la organización social. Un novedoso desbloqueo
de las fuerzas creativas se ha consumado, siempre al comando del capital que es
su principal y casi excluyente beneficiario, y al que todos alegremente (o no
tanto) ayudamos a fortalecer día a día.
La
naturaleza del capitalismo contemporáneo (global) podemos definirlo así como
“extractivo” en un sentido más amplio que el usado habitualmente. Operaciones
heterogéneas, variadas, que apuntan a extraer no solo recursos naturales, sino
fundamentalmente, las fuerzas vivas movilizadas por la lógica del capital. El capital financiero no organiza
directamente la cooperación social que explota, pero la alinea según las
necesidades de su valorización. Este capital rentístico está en una posición de
exterioridad en relación a la cooperación social que vampiriza.
El
capital persigue de manera difusa esta extensión de lo común, pretende
traducirla directamente en beneficio propio, y apremia la renta mobiliaria e
inmobiliaria anticipándola como renta financiera, y en necesidades de consumo.
En
este contexto, los Centro de Formación Profesional, pasan de prometer una
futura inserción al mercado laboral, a un punto de apoyo de estrategias
individuales en estado de precariedad existencial, frente a la movilización
general de las vidas por su subsistencia.
¿Este
es su único posible y triste lugar al que podemos aspirar?.
CFP 24 institución social del hacer
En
los fundamentos del modo capitalista se encuentra la producción de
subjetividad. El capital produce constantemente una traducción de la
subjetividad al lenguaje del valor.
Esa
traducción siempre es una sincronización más o menos violenta para adaptar la
multiplicidad de tiempos heterogéneos y experiencias vitales a la estructura homogénea
y vacía del capital, que provoca la domesticación y el gobierno de nuestras
fuerzas productivas y anhelos.
Esta
situación problemática que el capital debe enfrentar, y que no resuelve nunca
de una vez por todas (ya que esa capacidad productiva humana es sede de nuestro
poder y a su vez, de esta disputa por la explotación), no hace más que
actualizar las posibilidades también cambiantes de buscar un régimen diferente de
traducción, que interrumpa y perturbe el lenguaje del capital.
El
“trabajo abstracto” es el sistema de lectura que el capital nos confronta para
ver y operar en el mundo, para producirnos como mercancía, esto es, como fuerza
laboral. Ese proceso por medio del cual nos separa (abstrae) de nuestra común
capacidad y aptitud de hacer, nunca lo produce de manera definitiva. Siempre está latente la posibilidad de
desplegar “haceres otros” que interrumpan su dominancia. En este sentido no puede haber interrupción
sin experiencia.
La
domesticación del “tiempo mundo” desde el punto de vista del capital, se
enfrenta constantemente a diferentes prácticas, comportamientos e imaginarios
subjetivos que la desafían (el 2001 es un punto de apoyo ineludible en este
sentido).
Estas
capacidades creativas que preceden obviamente a la relación mercantil de
explotación, bien pueden ser puestas bajo otra dinámica de relación, otra
interfaz de interacción.
Si
el proceso de separación es lo que produce la fuerza de trabajo como mercancía,
esto es, nos produce como sujetos particulares obligados a vender nuestra
fuerza de trabajo con el fin de reproducirnos, bien se puede pensar (y de hecho
hay muchas experiencias al respecto que dan cuenta de ello) que el trabajo “vivo”
rechace la subordinación a las normas del trabajo abstracto, a través de asumir
la generación de otras prácticas y se emancipe transitoriamente de aquel, en
“éxodo” de las que se nos imponen.
El
malestar contemporáneo nos pone de cara con nuestra capacidad (o incapacidad) no
solo de denunciar estos modos de vida dominantes que nos “movilizan”, sino
sobre todo de detectar potencialidades, de dar forma a un exceso de la
cooperación social frente al capital.
Tal
como nos sugiere Sandro Mezzadra, podemos tomar muy en serio la idea de “trabajo vivo en transición”, que es el
hecho que así como no podemos dar por descontada la subordinación del trabajo
vivo a la lógica del valor, podemos asumir e intentar construir experiencias de
comunalidad que orienten la acción hacia haceres otros. Momentos emancipados del mando del capital. Crear
redes de cooperación productiva autónoma que puedan construir zonas de
cooperación que disputen la lógica dinero-céntrica que impone el capital.
El
CFP 24 en este sentido, puede ofrecerse como una institución social del hacer,
en el que se experimenten desbloqueos de prácticas y otros haceres emancipados “transitoriamente”
de aquel mando.
Comunizar:
Re-ontologizar lo común como lo constitutivo del ser humano. Tejer redes y relaciones sociales sobre una
base diferente, experimental. No podría ser de otro modo ya que lo que tenemos
que combatir no es otra cosa que nuestra propia subjetividad formada bajo esos
códigos de traducción homolingüe del Capital, y nuestra propia flaqueza de
experiencias comunes.
Por
eso la idea es fundar prácticas colaborativos de tipo diferente dentro de los
talleres de la institución y en articulación entre ellos y otras experiencias,
centradas en el hacer. Recrear ese flujo
social del hacer en una Institución donde mucha gente se congrega a buscar otros
caminos…
Desbordar
la típica clase que no hace más que reponer una y otra vez la jerarquías que
necesita el capital para reproducirse y para de ese modo domesticar las fuerzas
sociales, e inhibir las comunes
capacidades del hacer. Crear un movimiento colectivo de autodeterminación
creciente, de múltiples haceres, que rompan la abstracción del trabajo, y que de
esa manera se elaboren diferentes productos y/o servicios, que puedan ser
ponderados menos por su valor abstracto y más por el intercambio humano y la
experiencia que (nos) provoca.
¿La
Feria de Artigas no es una apuesta muy cierta en este sentido?.
El
CFP 24 se propone de esta manera como una institución, que experimente habitus
de desbloqueos de haceres cooperativos que produzcan un más allá del
trabajo-mercancía (que es su sentido dominante), cuyo horizonte, sobre la
catástrofe del “mercado laboral”, sean
las prácticas de emancipación.
La
catástrofe es por un lado la destrucción de las condiciones de posibilidad que
otorgaba un mundo, pero tomándolo afirmativamente se abre la posibilidad de
explorar otros mundos sobre esas ruinas. Es en este sentido, condición de
posibilidad de otras prácticas. Prácticas éstas que nos pone en una Institución
en condiciones de infancia a la que quedamos arrojados en la catástrofe, y por
eso mismo en situaciones más vitales de hacer experiencia / mundo.
¿Se
puede aprovechar esta oportunidad de estar juntos que nos da la escuela, y de
tomar contacto con la posibilidad de transformar los distintos materiales (y
nuestras propias subjetividades) a través de los distintos oficios, para armar
momentos de “mancipación inmediata” al decir de Ranciere?.
¿Podemos
corrernos de los lugares jerárquicos y desiguales que son los habitus de las
instituciones, y provocar momentos de igualdad en el hacer que desplieguen
potencias y que fuercen una excepción?.
¿Podemos
enfrentarnos a un no saber radical que lejos de ser un déficit, sea la
condición para la asunción de desafíos colectivos?.
¿Hay
disposición material y subjetiva para liberar el hacer del trabajo?.
Re buenazooooooooos los tres programas!!! Acabo de escucharlos de corrido y me gustaron un montón! Se sigue mejorando la música, bien ahí!
ResponderEliminarAl Pancho no le creo nada eso de hecho con amor, pero muy bueno todo lo otro que dijo, ja, ja!